sábado, 2 de mayo de 2009

Arte mexicano en Buenos Aires


publicado en Caras y Caretas, mayo del 2009.


No se puede hablar de arte latinoamericano sin referirse a la revolución mexicana y a la proyección mundial del muralismo mexicano, como el mayor arte público masivo del siglo XX. Lo cual fue el resultado de la voluntad estatal, encarnada por José Vasconcelos (1882- 1959), secretario de Educación Pública en el Gobierno de Obregón (1921), cuando lanzó el programa de murales, como una forma de inclusión social de la población indígena, al transmitir visualmente la historia nacional desde las civilizaciones arcaicas. Es que el programa se inspiró en el descubrimiento de las edificaciones y murales en el valle del Teotihuacan (1910), y en las conclusiones de Manuel Gamio (1883-1960) - considerado el padre de la antropología mexicana-, que en su libro Forjando Patria (1916) afirmaba: “El indio conserva y practica el arte prehispánico. La clase media conserva y practica un arte europeo cualificado por lo prehispánico o indio. La llamada aristocracia pretende que su arte es puramente europeo”. El resultado del programa de murales, lo resume Octavio Paz: “La revolución nos reveló a México; o mejor dicho nos dio ojos para verlo. Y se los dio a los pintores”…
Este giro en la pintura mexicana se constata en la selección de obras de la Colección pictórica del Banco Nacional de México – de 1900 a 1960- , que puede verse hasta el 25 de mayo en el MALBA. Sin embargo, en el texto del catálogo y los carteles en la exposición, se pondera a la dictadura de Porfirio Díaz (1877-1880 y 1884-1911), como que “produjo cambios decisivos en las estructuras políticas, económicas y sociales de México, bajo la divisa positivista de orden y progreso, que buscó también un cambio cultural”. En cuanto a la revolución mexicana dice con parcialidad: “La segunda década del siglo fue un período que se caracterizó por los levantamientos armados, que causaron inestabilidad e inseguridad en el país…” En cierto modo, estos textos reiteran el discurso artístico centralizador, que raramente aprecia las décadas de intenso intercambio entre las vanguardias, americanas y europeas, que incitó la revolución mexicana.
Por cierto, en México como en el resto de América, el conflicto de la evolución pictórica hay que ubicarlo en el doble acoso entre modernidad e identidad; lo cual se observa en la exhibición, desde las pinturas de Clauselles y el óleo de un primer Tamayo – puntillista y post impresionista, 1921- o en una obra tardía de Rivera, como “Desfile del 1º de Mayo en Moscú” (1956), que se inscribe en el contexto de la posguerra; hasta las obras claramente inspiradas en el pasado virreinal, como la erótica naturaleza muerta “Los frutos de la tierra”, de Frida Kahlo (1938). Quizás la figura destacada que ilustra ese conflicto es Gerardo Murillo – Dr. Atl- (1875-1964), introductor del muralismo, de quien se puede ver dos buenos trabajos, “La cascada” y “Paricutin”, el volcán que erupcionó en 1943. Mientras Siqueiros, parece superar el conflicto, con su “Mujer de metate” (1931).

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